La muerte niña: un ritual de despedida.

Apr 29, 2020

Héctor García, El diablo del espaguetti, Nápoles, 1965.

 “Al encender otra vez los cirios, encontróse con las mediecitas y el vestidito amarillo-duro. Besó aquel cuerpo para cerciorarse del calor de la muerte. Y no. Chonita estaba fría sobre las alas de la mariposa; en movimiento. Chonita estaba en movimiento, pues la muerte es móvil y avanza un milímetro por mes, o por año, o por siglo. Bajo la piel la entrañas movíanse hacia su disolución y los tejidos caminaban y las manos dejaban de ser manos” (Revueltas, 1989, p.34). 

 

Este fragmento de José Revueltas nos habla de la desolación que causa la muerte de un infante. Según los registros de población que se realizaron en México, a inicios del siglo XX, por cada 1000 niños que nacían, morían 200, es decir: una tasa de mortalidad del 20%. Después de la Revolución Mexicana y con el surgimiento de las instituciones sanitarias, la muerte de niños entre 1 a 5 años disminuyó hasta un 45% y fue hasta los años de 1940 a 1970 cuando se legalizó la vacunación de enfermedades comunes en la infancia causantes de altas fiebres y diarreas, así como el uso de antibióticos y sulfas, que disminuyó la mortalidad infantil en México y el mundo.

 

En la actualidad, los decesos infantiles son menores. El 90% de los niños que nacen pueden aspirar a cumplir los 15 años, la ciencia médica ha triunfado sobre muchos padecimientos, pero en todo el mundo crecen los casos de cáncer, violencia, suicidios en la infancia y la adolescencia. La muerte infantil existe a pesar de los avances médicos y la gestión del duelo es un gran reto para los padres. Los médicos pueden llegar a indicar el uso de tranquilizantes para los dolientes y los tanatólogos recomiendan mantener una conciencia plena sobre la muerte de un hijo, acercarse con afecto a su cuerpo para lograr una despedida y expresar la pena. 

 

En siglos pasados, una forma de manejar el duelo fue a través de la pintura de los muertos para perpetuar su imagen dentro de la familia. Fue muy extendida la pintura de niños muertos porque los padres temían olvidar los rostros de sus hijos. Se convirtió en una costumbre muy común en Europa y se adoptó en México durante el virreinato, práctica vinculada a la religión católica que formó parte de los funerales en esa época. Se difundió la creencia que los niños que morían antes de ser bautizados se convertían en “angelitos” y dado que morían antes del uso de la razón no eran capaces de pecar. 

 

Durante el velorio, los padrinos amortajaban al niño y lo vestían con su mejor ropa. A veces, los niños varones eran vestidos de San José, por ser el patrón de la buena muerte, las niñas eran vestidas de blanco o como la Virgen María, coronadas de flores y en ocasiones rodeados de juguetes. Así se colocaban sobre sus pequeños féretros y convertían la tristeza en alegría de los padres por donar un ángel al cielo. A continuación se llamaba a un pintor local para representar la imagen de aquel difunto, como si estuviera dormido. Las pinturas póstumas fueron conocidas como imágenes de “la muerte niña”.

 

El invento de la fotografía en 1839, fue testigo de la muerte desde sus inicios. Este recurso sustituyó a la pintura en los registros de la “muerte niña”. El especialista sobre el tema Gutierre Aceves ha comentado: “con el advenimiento de la fotografía, las imágenes sobre la muerte infantil proliferaron. No sólo repitieron los cánones de la pintura, sino que el retrato fotográfico, al incluir en la composición la presencia de los padres y familiares se convirtió en parte importante del ritual”. (Aceves, 1999, p.43).

Juan de Dios Machain. Sin título, s/f. Plata sobre gelatina. Colección particular

Hubo fotógrafos mexicanos que dejaron un importante legado sobre “la muerte niña”, tales como Romualdo García Torres, Juan de Dios Machain, José Antonio Bustamante Martínez y otros muchos anónimos que fueron llamados a tomar la última foto de un hijo. La costumbre de hacer estas fotografías se han considerado un apropiado manejo del duelo, son un testimonio permanente de la existencia de ese niño que nació y murió prematuramente, pero que fue parte de una familia. En diferentes sociedades occidentales, como en la Inglaterra victoriana, fue una práctica bastante difundida, solo hay que teclear en cualquier buscador de imágenes el término memento mori photography o chldren postmortem photography, para atestiguar la enorme cantidad de imágenes -unas auténticas; otras más, supuestas-que siguen causando una extraña fascinación que llega hasta el coleccionismo especializado en nuestros días.

 

En México, esta costumbre cayó en desuso hacia mediados de siglo XX, cuando las autoridades sanitarias advirtieron sobre el peligro de mantener un cuerpo sin sepultura por más de tres días, que era el tiempo dedicado a los funerales y fotografías del pequeño difunto, pues argumentaban que podía ser un foco de infección para los parientes. Las fotografías se consideraron una forma de expresión macabra y mal vista por la sociedad, cuando la mortalidad infantil descendió y aumentó la esperanza de vida.

Frida Kahlo. El difuntito Dimas Rosas a los tres años de edad. 1937. Óleo sobre masonite. Colección Museo Dolores Olmedo.

En el siglo XXI, se ha continuado la práctica de fotografíar a niños muertos. En Estados Unidos, el trabajo de la organización Now I Lay Me Down To Sleep, recupera el discurso de consuelo que este tipo de expresión tiene para la familia del niño fallecido. Esta organización tiene una gran comunidad de apoyo permanente. En España, gracias al trabajo de la fotógrafa Norma Grau, cuyo noble trabajo consiste en asistir a los hospitales donde padres con bebés recién fallecidos le han solicitado hacer fotografías póstumas. Ella ha vencido obstáculos para realizar sesiones donde los protagonistas de sus imágenes no son los cadáveres, sino la aflicción y el amor hacia un hijo que se tuvo por un breve tiempo. 


La enorme tragedia de un hijo muerto no tiene nombre, pero es también una parte de la impermanente existencia, baste recordar una historia que revela una gran verdad: la de aquella mujer que llegó ante el Buda con su pequeño hijo muerto en brazos y perturbada de dolor le pidió que salvara a su hijo, el Buda respondió que podía salvarlo si antes hacía una tarea y le traía una semilla de mostaza que le entregara una familia que no hubiera sentido la muerte en sus vidas.

 

Tenemos la certeza de que solo hay un tiempo breve y precioso para disfrutar a los seres queridos, ese tiempo es el presente. En Memorial San Ángel, somos conscientes del dolor que puede traer la partida de quien apenas comenzaba la vida y enaltecemos el apoyo emocional como parte fundamental de la experiencia de este tipo de duelo, porque nuestra mística es estar contigo hasta el final. 

 



Bibliografía.

  • Aceves Piña (1999) “La muerte niña”, en Catálogo de la Exposición La muerte niña, Museo Poblano de Arte Virreinal, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Puebla de los Ángeles, Mayo a Octubre.
  • Revueltas, José (1989) El luto humano, México, ERA (Obras Completas, 2).
  •  nowilaymedowntosleep.org
  •  normagrau.com









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