Empatía y Compasión ante la Muerte Repentina.

Jun 08, 2020

Paco Lafarga, Siempre conmigo, 2005. Óleo sobre lienzo.

En los tiempos que vivimos donde el miedo a la muerte se hace real, estamos ante la incertidumbre de encontrarnos enfermos y de perder seres queridos repentinamente, enfrentamos la tristeza de recibir una urna de cenizas y de no haber practicado un funeral, una ceremonia, una despedida; queda la impotencia de no haber hecho nada y de no entender por lo que hemos pasado. Pero viene aquí el momento de reflexión, la mayoría de las religiones ha desarrollado la certeza de la vida después de la muerte, como un consuelo que nos permite aceptar que la existencia humana como toda materia se transforma; otras filosofías acreditan la presencia del fallecido como una energía presente en nuestro entorno varios días después de su muerte; los católicos hablan de resurrección del alma; los budistas de su presencia cercana mientras ocurre su reencarnación y en el Islam se habla de una justicia divina para todos según sus acciones en vida.

 

Desde tiempos muy remotos, los pueblos antiguos rendían culto a la muerte, por tratarse de algo cíclico
e impermanente, aquella muerte sería vida otra vez, como la noche se convierte en día. Hace dos siglos se hacían sesiones espiritistas en todo el mundo occidental, personas serias y educadas afirmaban haberse comunicado con sus difuntos. Si todos los sabios de la humanidad han coincidido en esto, tal parece que
se podría hacer algo por nuestro ser querido que falleció de repente, incluso si somos de mente práctica
y sabemos que no hay ninguna evidencia científica de la vida después de la muerte, queda solo el duelo, entonces debemos tener en cuenta que es importante gestionar nuestro dolor, como un ejercicio de
salud emocional.

 

El Dalai Lama ha dicho que para tener un corazón compasivo el primer paso consiste en cultivar el sentimiento de empatía o proximidad hacia los demás, así como reconocer la gravedad de su desdicha.
Se necesita reflexionar sobre las virtudes que existen en la alegría por el bienestar del otro. La verdadera compasión es la comprensión del profundo dolor que otros sufren y ese entendimiento nos puede traer
la tranquilidad y la felicidad que buscamos en la vida y para lograr este propósito debemos trabajar continuamente. La autocompasión, según el budismo, debe ser la primera tarea a practicar y nadie merece más amabilidad, compasión y amor que nosotros mismos: si abrimos el corazón hacia nosotros mismos será más fácil brindar amor a otros.

 

Jesús dijo que su mandamiento principal era: Amarás al Señor Dios tuyo de todo corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y su segundo mandamiento era semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, según el evangelio de Mateo 22:36-40. Parece ser un principio de empatía total que se legitima como la más elevada de la acciones. 

 

Orar, reflexionar y meditar desde nuestras creencias diversas, nos colocan en un punto estable en medio del caos. Como cuando esperamos a que la tormenta pase para volver a salir. Entendemos mejor lo que ha pasado. También queda un gran enojo, debido a la frustración y el dolor inmenso que provoca la muerte de un ser querido. En estos días, se han escuchado testimonios de personas que acusan a los ciudadanos, a los hospitales y a los gobiernos, a quienes culpan de la muerte repentina de un familiar o amigo, por no haber hecho lo suficiente para salvarle. Nadie podrá hacer nada al respecto ni resarcir el daño personal, es algo que nosotros mismos debemos reparar. No es fácil, pero la compasión hacia nosotros mismos, hacia nuestro difunto y hacia quienes se ponen en riesgo a si mismos tratando de salvar vidas en medio de una situación inédita para la que nadie en ningún lugar del mundo estaban preparados; pudiera ser una herramienta en el camino de la sanación de ese profundo dolor.

 

Los actos compasivos y autocompasivos son convenientes para el proceso del duelo en general, pero en particular en los casos en los que no se tuvo la oportunidad de despedirse personalmente, pueden ser diversos: un funeral pequeño y casero con la urna de cenizas, una fotografía y objetos del ser querido, dicen algunos autores, ayudaría a los dolientes si se le expresan los sentimientos que no pudieron decirse al fallecido en vida, sobretodo, del amor hacia esa persona. Los médicos, enfermeros y enfermeras que han atendido moribundos cuentan que esos pacientes se encuentran abrumados por un cúmulo de preocupaciones por resolver antes de morir, la ayuda que algunos prestan es para liberarlos de todos sus pendientes y que puedan morir en paz. Esto es algo que podemos decirle verbalmente o a través de una carta a nuestro ser querido aún después de muerto: “ya has cumplido, ya has amado a tus semejantes, no tienes deudas aquí”. Se pueden hacer altares dedicados a esas personas con alimentos, ofrendas de flores, escuchar la música favorita del fallecido, prender velas que iluminen el camino del desconcierto hacia la aceptación y el desapego. Algunas personas deciden pensar en la alegría y el agradecimiento de haber podido compartir la experiencia terrenal con el ser amado que partió, en lugar de enfocarse en el dolor de la pérdida. Otros han hablado de hacer obras benéficas dedicadas al ser querido. Que toda la tragedia se convierta en actos de amor y dedicación. Que esos actos perduren en el tiempo para no olvidar a los que han fallecido, pero nadie ha dicho que sea fácil.

 

A manera de ejemplo, cabe recordar la historia de la Fundación Michou y Mau (véase, http://www.fundacionmichouymau.org) creada por una mujer mexicana, periodista exitosa y famosa, que un día recibió la noticia que su hija y dos nietos murieron quemados en el incendio de su casa, otros dos nietos sobrevivieron gracias al traslado a un hospital de quemados en Estados Unidos, pues contaba con los medios para hacerlo. La mujer, en medio de su dolor, abandonó su vida de éxito para dedicarse a crear una fundación de asistencia oportuna a personas quemadas y proveerlos de recursos para su sanación, ha sido reconocida a nivel mundial. Como ha dicho el tanatólogo Frank Ostaseski: hemos aprendido que mientras haya sufrimiento sin fin, también hay compasión sin fin para responder a ese sufrimiento. 

 

Lo más importante es amar la vida que ahora tenemos porque tal parece que la muerte es algo que pasa en cualquier momento, debemos prepararnos para ello y practicar lo que nos haga feliz, hacer lo que verdaderamente nos importe y dedicar una labor de servicio a los otros, para cuando llegue el momento de morir podamos agradecer y bendecir la vida que hemos tenido. Esto requiere una verdadera liberación de resentimientos, dolor y rabia para conocer la verdadera compasión. La tanatóloga Omara García, consejera de Memorial San Ángel, ha comentado que para lograr nuestros propósitos es importante un cambio de actitud para enfrentar cualquier situación crítica, tal como la vivimos hoy en día y recomienda tener una actitud prevenida, precavida y tranquila como una estupenda herramienta de transformación aquí, ahora y de total compasión al empezar por nosotros, para llevarla todos nuestros seres queridos. Esa es también nuestra actitud, por eso te recordamos que siempre estaremos contigo hasta el final.









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